lunes, 25 de marzo de 2013
SOÑAR EN GRANDE: VISUALICE UN PORSCHE 911 CARRERA
Sienta la mejor sensación de verse conduciendo un Porsche 911 Carrera, el sonido del motor; los cambios de velocidades, la estabilidad, el confort. Vea su tecnología, su diseño elaborado para la exigencias de gente exigentes como tú. Solo tú lo puedes vivir, tus sueños son realidades que aún no se han concretado, no permitas que nadie te la robe.
miércoles, 20 de marzo de 2013
¿Dónde está la gran filosofía?
JAVIER GOMÁ LANZÓN. El País. 14 de marzo de 2013
Este artículo no es un artículo sino un telegrama que mando a los lectores. No caeré en la tentación de agotar el limitado espacio disponible con nombres de filósofos y títulos de libros. Citaré sólo unos pocos para ilustrar la tesis principal. Y no mencionaré a los españoles porque a todos me los encuentro en el ascensor. Y no porque hubiera decir de ellos cosas poco amables. Todo lo contrario: es una desconcertante paradoja que la ausencia de gran filosofía coincida en el tiempo con la generación de profesores de filosofía más competente, culta y cosmopolita que ha existido nunca, al menos en España, y yo ante ellos, de los que tanto he aprendido, me descubro con admiración. En todo caso temería encontrarme en el ascensor sólo a los no citados.
1 La misión de la filosofía desde sus orígenes ha sido proponer un ideal. La gran filosofía es ciencia del ideal: ideal de conocimiento exacto de la realidad, de sociedad justa, de belleza, de individuo.
En lo que se refiere ahora sólo al ideal humano (paideia), un repaso histórico urgente empezaría por Platón, que encontró en su maestro, Sócrates, la personificación de la virtud; Aristóteles introduce el hombre prudente; Epicuro, el sabio feliz; Agustín, el santo cristiano; Kant, el hombre autónomo; Nietzsche, el superhombre; Heidegger, el Dasein originario o propio… Un ideal muestra una perfección que, por la propia excelencia de un deber-ser hecho en él evidente, ilumina la experiencia individual, señala una dirección y moviliza fuerzas latentes. Los filósofos citados, y otros que podrían traerse, son pensadores del ideal y justamente eso hace grande su pensamiento y la lectura de sus textos perdurablemente fecunda. Esta observación enlaza con el segundo de los aspectos de la gran filosofía que deseo destacar.
La filosofía se asemeja a la ciencia en que, como ésta, su instrumento de trabajo son los conceptos. Pero los conceptos de las ciencias empíricas son verificados en los laboratorios o los experimentos. En cambio, nadie ha verificado nunca las proposiciones filosóficas de Platón. Si volvemos a Platón una y otra vez no se debe a que la verdad de su filosofía haya sido validada empíricamente sino a que su lectura sigue siendo de algún modo significativa. En esto la filosofía se hermana con la literatura, no con la ciencia: dado que la prueba explícita le está negada, el filósofo produce textos que han de convencer, de persuadir, de seducir, y en este punto en nada esencial se diferencia del literato que usa con habilidad los recursos retóricos para mover al lector y captar su asentimiento. De ahí que, en la abrumadora mayoría de los casos, la gran filosofía, pensadora del ideal en cuanto al contenido, suele ir aparejada a un gran estilo en cuanto a la forma. El filósofo es sobre todo, como el novelista, el creador de un lenguaje y el administrador de unas cuantas metáforas eficaces con las que manufactura un relato veraz —aunque inverificable— para el lector.
El filósofo produce textos que han de persuadir, de seducir, y en este punto, no se diferencia en nada del literato
Esta función retórica de la filosofía es algo que, por desgracia, ha ido echando al olvido la filosofía contemporánea acaso por el vano achaque de querer parecerse a la ciencia. Los dos últimos libros de filosofía realmente influyentes, Teoría de la justicia de Rawls (1971) y Teoría de la acción comunicativa de Habermas (1981), son ambos piezas literariamente muy negligentes, áridas, técnicas, secas y demasiado prolijas, que reclaman un lector especializado y muy paciente dispuesto a acompañar al autor en todos los tediosos meandros intermedios que preceden a las conclusiones, ciertamente susceptibles de ser presentadas con mayor claridad, brevedad y atractivo. Lejos quedan los tiempos en que los filósofos —Russell, Sartre— merecían el premio Nobel de Literatura.
2 Un genuino ideal aspira a ser una oferta de sentido unitaria, intemporal, universal y normativa. Ha de componer una síntesis feliz a partir de muchos elementos heterogéneos y aun contrapuestos. Además, debería estar dotado de intemporalidad y universalidad porque, aunque nacido en un contexto histórico concreto, siempre pretende tener validez para todos los casos y todos los momentos, por mucho que inevitablemente de facto quede relativizado por otros posteriores de signo opuesto. Por último, el ideal no describe la realidad tal como es —ése es el cometido de las ciencias— sino como debería ser y señala un objetivo moral elevado a los ciudadanos que reconocen en esa perfección algo de una naturaleza que es ya la suya pero a la vez más hermosa y más noble, como una versión superior de lo humano que despierta en quien la contempla un deseo natural de emulación. Que la realidad ignore la realización efectiva de un ideal en cuestión no desmiente la excelencia de éste sino sólo su falta de éxito histórico-social por razones que pueden ser circunstanciales.
La tesis aquí defendida dice que, en los últimos treinta años, la filosofía contemporánea ha desertado de su misión de proponer un ideal a la sociedad de su tiempo, el ciudadano de la época democrática de la cultura. La institución que durante varios siglos había sido la casa de la gran filosofía, la universidad, se ha quedado sin iniciativa en estos tres últimos decenios. La esplendorosa universidad alemana, otrora a la vanguardia del pensamiento europeo y fuente incesante de nuevos sistemas filosóficos, ha dado muestras preocupantes de pérdida de creatividad. La vitalidad de la filosofía académica francesa o italiana se ha apagado y ha sido sustituida por ensayos de entretenimiento, cultivados por esos mismos académicos doblados de divulgadores o por periodistas y profesionales que escriben sobre temas de actualidad económica, política, social, moral o sentimental, oportunamente confeccionados para complacer la curiosidad de un público mayoritario, no versado, en una alianza consumada hace poco entre el ensayo generalista y la industria editorial, dispuesta a explotar a escala global la demanda de un mercado de lectores potencialmente amplio. En esto, como en otras cosas relacionadas con la mercantilización de la cultura, la industria editorial de Estados Unidos ha sido pionera y extraordinariamente potente; allí es aún más marcada que en Europa la separación entre la sociedad y la universidad, la cual, replegada en su campus, propende al especialismo extremo. Por lo que a la filosofía se refiere, la academia norteamericana estuvo tradicionalmente dominada por la escuela del pragmatismo heredero de William James, por el positivismo analítico después y en el último cuarto de siglo —en un giro que denunció Allan Bloom en su resonante The Closing of American Mind (1987)— por el posestructuralismo y los cultural studies, alérgicos de suyo a la gran teoría humanista, integradora y universal que, entre unos y otros, permanece hoy sin dueño.
La vitalidad de la filosofía académica francesa o italiana ha sido sustituida por ensayos
de entretenimiento
3 En ausencia de gran filosofía, lo que con el nombre de filosofía encontramos en estos últimos treinta años se compone de una variedad de formas menores que serían estimables y aun encomiables si acompañaran a la forma mayor pero que, sin el marco comprensivo general que sólo ésta suministra, acusan la insuficiencia de dicha orfandad teórica.
La primera de estas formas se hallaría representada por la filosofía que hoy se practica mayoritariamente en la universidad, donde la filosofía se permuta por historia de la filosofía. Una filosofía indirecta, mediada por una tradición filosófica reverenciada y al mismo tiempo puesta del revés. Richard Rorty, Charles Taylor o Hans Blumenberg, tan distintos entre sí, representan la mejor versión de este modo vicario de filosofar. Es filosofía, incluso buena filosofía, pero no gran filosofía porque carece de intención propositiva, abarcadora y normativa, de una imagen del mundo completa y unitaria. En el ámbito académico se aprecia una resistencia, casi una negación de legitimidad, a enfrentarse a la objetividad del mundo directa y autónomamente, como hicieron los clásicos del pensamiento, sino sólo, precisamente, a través de una reinterpretación de esos mismos clásicos. Pensar es haber pensado. Todo está ya escrito, nada realmente nuevo cabe decir. No se trata ya de hablar de la vida, sino sólo de libros que hablaron de la vida: Marx, Nietzsche, Freud o Walter Benjamin.
Esta aproximación revisionista se torna programa en el “posestructuralismo”: la deconstrucción de Derrida, las arqueologías de Foucault, los retornos de Deleuze a Spinoza, Nietzsche o Bergson, o esa revolución poética que para Kristeva rompe la aparente unidad del pensamiento, entre otros nombres posibles, abrieron camino para una multitud de posteriores hermenéuticas del pasado que hoy llenan los anaqueles de las bibliotecas universitarias —tanto como escasean en las bibliotecas de las casas particulares, en parte porque parecen escritas en “gíglico”, el lenguaje inventado por Cortázar para Rayuela— y cuya originalidad reside en la constante revisión de la tradición filosófica desde el punto de vista de la lingüística, el psicoanálisis, el lacanismo, el marxismo, la crítica literaria, el feminismo o el poscolonialismo. Un exponente de este método híbrido, animado con ingredientes histriónicos que le han granjeado el buscado éxito mediático, sería la obra de Slavoj Zizek. Sin desdeñar esos mismos ingredientes, pero con mayor aliento filosófico, cabría emplazar aquí la abundante bibliografía de Peter Sloterdijk.
La consciencia nos hace libres, pero ¿y después? Quien hoy hace alarde de su resignación suele recibir el aplauso general
Cercana a esta forma de filosofía y a veces indistinguible de ella estaría esa literatura, hoy todo un género, que pronuncia una solemne sentencia condenatoria contra la modernidad en su conjunto. Como es evidente que la sociedad democrática, al menos en el último medio siglo, ha proporcionado dignidad y prosperidad al ciudadano sin parangón con tiempos anteriores, la actual filosofía hermenéutica heredera de Nietzsche-Heidegger, por un lado, o aquella de raíz marxista en la estela de Dialéctica de la Ilustración de Adorno-Horkheimer, Marcuse y la Escuela de Frankfurt, por otro, creen adivinar unos fundamentos ideológicos ocultos que estarían alienando taimadamente al ciudadano sin que éste lo supiera y, contra todas las apariencias, restituyéndolo a la antigua condición de súbdito. El Holocausto judío es traído al centro de la meditación filosófica como prueba del fracaso definitivo del proyecto moderno y hay quien como Giorgio Agamben —en su trilogía Homo sacer— se atreve incluso a proponer el campo de concentración nazi como paradigma del espíritu de las democracias contemporáneas. En el delta de esta impugnación total de la modernidad desembocan por igual, afluentes procedentes de la derecha y la izquierda, hermeneutas como Gianni Vattimo, fundador del “pensamiento débil”, y críticos posmarxistas de las ideologías como Antonio Negri, autor (con M. Hardt) de Imperio (2000). No raramente, la crítica a la modernidad adopta la modalidad de denuncia de un sistema capitalista que convertiría al ciudadano en consumidor enajenado, mayormente por culpa de las multinacionales, cuyas estrategias de dominación analiza Naomi Klein en No logo (2000). Escritos antisistema del prestigioso lingüista Noam Chomsky alimentan de contenido panfletos y libelos producidos por activistas y movimientos antiglobalización, algunos de gran difusión.
A falta de un marco general, la filosofía echa mano ahora de esos socorridos “análisis de tendencias culturales” que nos explican no cómo debemos ser (ideal) sino cómo somos, las más de las veces expresado con un matiz reprobatorio: somos una sociedad-líquida (Zygmunt Bauman) o una sociedad-riesgo (Ulrich Beck). Por la misma razón, la filosofía ha experimentado recientemente un “giro aplicado”, uno de cuyos iniciadores fue el filósofo animalista Peter Singer. Ese giro supone el esfuerzo por determinar unas reglas éticas para sectores específicos de la realidad como el mercado (ética de la empresa), el cuerpo (bioética), el cerebro (neuroética), los límites de la ciencia y la tecnología, los animales o la naturaleza. En los últimos años la filosofía práctica ha disfrutado de mucha más atención general que la hermenéutica heredera de Gadamer y ha suscitado amplios debates entre los que destaca la contestación al liberalismo por el comunitarismo de las costumbres (Sandel, MacIntyre) y por el republicanismo de la virtud (Pocock, Pettit). Uno de los principales continuadores de Habermas ha sido Axel Honneth y su La lucha por el reconocimiento (1992); también a Rawls le han salido muchas secuelas, siendo una de las últimas el “enfoque de las capacidades” desarrollado por la polígrafa Martha Nussbaum, quien asimismo ha contribuido a los estudios feministas y posfeministas que filósofas como Nancy Fraser, Seyla Benhabib o Judith Butler han llevado a una segunda madurez.
El vacío dejado por la gran filosofía y por sus propuestas de sentido para la experiencia individual es llenado ahora por ensayos de corte existencialista de un estilo muy francés: Luc Ferry, Lipovetsky, Finkielkraut, Onfray, Comte-Sponville. En una línea cercana, pero degradada, reclaman la atención de los lectores usurpando a veces el nombre de filosofía títulos de sabiduría oriental, libros de autoayuda que recomiendan positividad para superar las adversidades y recetarios voluntaristas emanados por las escuelas de negocio.
Los crímenes contra la humanidad perpetrados por los totalitarismos se han cometido, a veces, en nombre de una utopía
4 La tesis era que en estos últimos treinta años no ha habido gran filosofía por la deserción de su misión histórica consistente en proponer un ideal. Varios factores culturales parecen haber conspirado para causar este resultado deficitario.
Los crímenes contra la humanidad perpetrados por los totalitarismos se han cometido con harta frecuencia en nombre de una utopía, como señaló con énfasis Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, lo cual ha inoculado al hombre actual esa insuperable alergia hacia lo utópico que destila Günther Anders en La obsolescencia del hombre. Por otro lado, la condición posmoderna sospecha de los llamados grands récits que se quieren unitarios (Lyotard), siendo el ideal filosófico indudablemente uno de esos desautorizados grandes relatos, de manera que el prefijo “pos” que caracteriza el presente (posmoderno, posestructuralista, poshistórico, posnacional, posindustrial) incluye también una posteridad al ideal y su resignada renuncia sería el precio exigido por ser libres e inteligentes. Por último, se insiste en que la complejidad de las democracias avanzadas de carácter multicultural no se deja compendiar en un solo modelo humano, a lo que se añade que, por su parte, las ciencias se han especializado tanto que resulta iluso cualquier intento de síntesis unitaria. Los títulos de tres celebrados libros de Daniel Bell conformarían otros tantos eslóganes de la imposibilidad del ideal en el estado actual de la cultura: El fin de las ideologías, El advenimiento de la sociedad post-industrial y Las contradicciones culturales del capitalismo.
La consciencia nos hace libres e inteligentes, pero ¿y después? Quien hoy hace alarde de su resignación suele recibir el aplauso general. ¡Qué lúcido!, se dice de ese pesimista satisfecho, como si su fatalismo fuera la última palabra sobre el asunto, merecedor de ese ¡archivado! con que Mynheer Peperkorn zanja las discusiones en La montaña mágica de Thomas Mann. Pero el propio Mann en su relato favorito, Tonio Kröger, alerta sobre los peligros de ese exceso de lucidez que conduce a las “náuseas del conocimiento”, como las que estragan el gusto de esos espíritus delicados que saben tanto de ópera que nunca disfrutan de una función, por buena que sea, porque siempre la encuentran detestable. La hipercrítica es paralizante si seca las fuentes del entusiasmo y fosiliza aquellas fuerzas creadoras que nos elevan a lo mejor. Sólo el ideal promueve el progreso moral colectivo; sin él estamos condenados a conformarnos con el orden establecido. Preservar en la vida una cierta ingenuidad es lección de sabiduría porque permite sentir el ideal aun antes de definirlo.
Si, tras este hiato de treinta años, la filosofía quiere recuperarse como gran filosofía, debe hallar el modo de proponer un ideal cívico para el hombre democrático… y hacerlo además con buen estilo.
domingo, 17 de marzo de 2013
Expectativas frustradas
Por: Alberto López
Blog: Filosóficamente 17 de marzo de 2013
Blog: Filosóficamente 17 de marzo de 2013
Últimamente me he dedicado a salir un poco más del armario filosófico, si alguien se ha dado cuenta he puesto mi foto en más sitios y he empezado a dejarme relacionar más con lo que me apasiona.
La barrera que me mantenía a mi sitio era la falta impresión de prepotencia que pudiera dar hacia otros, pero al final solo tuve que meditar un poco sobre esto para llegar a la conclusión de que me importa un pito lo que piensen los demás, todo el mundo debería ser transparente, y por supuesto poner cara a su trabajo si le apetece.
A raíz de esto me han surgido muchas conversaciones con conocidos, y algunas otras con desconocidos a través de mensajes y emails, sobre un tema que parece dar muchas complicaciones mientras está disfrazado pero que se esfuma rápidamente cuando se desvela; la frustración.
Creo que es un tema importante, pues cuando me he desvelado como una persona de utilidad para solucionarlo, ha sido la prioridad de muchas personas.
Dichos problemas, en resumen, han venido a quedar así, los enumero por si a alguien puede verse identificado en una de estas situaciones:
- La vida no me da lo que quiero
- La vida no me da lo mismo que a otro
- La vida no me da lo que me merezco
Realmente estos problemas, y algunos similares, se resumen en uno:
- La vida no me da lo que quiero
Y pensando en que “la vida” o “nuestra vida” hace referencia a la forma en la que nos manifestamos en nuestra realidad, podríamos decir que es algo nuestro, mi vida soy yo, por lo que el problema quedaría así:
- Yo no tengo lo que quiero
Y si damos por supuesto que solemos pretender cosas que queremos, vamos a resumir el problema:
- Yo no tengo…
Si lo pensamos por un momento ¿No es ésto lo que hay detrás de todos los problemas?¿Puedes hacer crecer tus problemas actuales desde esta raíz?
Yo no tengo dinero, yo no tengo salud, yo no tengo tiempo, yo no tengo la posibilidad de hacer que mis padres no mueran, yo no tengo la posibilidad de vivir eternamente, yo no tengo la solución para arreglar la crisis… cualquier cosa que nos pueda perturbar puede venir de la falta de algo para notros mismos, para otro u otros.
Para profundizar en esto necesitamos tener en cuenta dos conceptos:
Expectativa: Suposición basada en el futuro, basada en lo que deseamos o en lo que pueda ser lo más normal que pase.
Frustración: Respuesta emocional relacionada con la decepción, que surge del incumplimiento de una voluntad, o expectativa, personal.
Si hemos tenido la expectativa, o incluso la esperanza, de poder tener lo que no podemos tener, alcanzaremos frustración, e incluso si pensamos en las posibles soluciones para un problema y no tenemos la mas mínima posibilidad de alcanzarlas, alcanzaremos un sentimiento de frustración.
Entonces, cuando un problema persiste… ¿Dónde se haya la solución? ¿Hay alternativas a la frustración?
Hay problemas que tienen solución, y que se alcanzan de una u otra manera. La manera en que se alcanza la solución a un problema es incierta, única para cada situación, y en pocas ocasiones podremos encontrar alguien o algo que nos la aporte sin más, cada uno enfrente los problemas de la manera que buenamente puede y sabe, pero ¿Qué pasa con esos problemas que persisten y que son fuente de constante frustración?
1- El sentido de justicia
Tras filosofar (con ayuda) sobre este tema, una de las pocas cosas que puede acabar con el sentimiento de frustración es el sentimiento de justicia.
El ejemplo ha sido: Un asesino puede sentirse preocupado y frustrado por no tener libertad, pero si acepta su pena como justa, dicho problema desaparece.
Sentir que la situación que tenemos es justa puede hacer que dejemos de percibir el problema como tal, y hará que lo empecemos a percibir como un hecho, y que sea un punto de partida hacia otra etapa.
Habrá situaciones en las que pareza imposible pensar que una situación “es justa”, pero este pensamiento está relacionado a un nivel superior con pensar que la situación simplemente “es”, con lo que llegamos a la situación de abrazar el problema, aceptarlo. Podemos pensar que “ha sido determinado”, o pensar que “ha sido” y punto, depende de nuestras creencias.
En todo caso estamos hablando de un estado de ánimo imperturbable por cualquier problema ya que los aceptamos y abrazamos como algo inamovible, estamos hablando de estoicismo.
2- El desapego
Propio del budismo, ante el problema de “Yo no tengo…” le vamos a quitar el “no tengo…” porque no tengo especial apego por nada, igualmente como el estoicismo se acepta la vida tal como es, y además, se desvela la necesidad y el deseo como una gran fuente de problemas, y nos quedamos solamente con el “Yo”, que finalmente es tomado como una ilusión a la que tampoco hay que tenerle apego.
El ejemplo ha sido: Puedo sentirme frustrado por el problema de no tener el poder adquisitivo que tiene el resto de mi círculo social, pero si le dejo de dar al dinero una importancia que no tiene, el problema desaparece.
Tal como estamos hablando en este artículo, podríamos decir que la ausencia del deseo de cosas nos va a ahorrar el sufrimiento de la frustración.
No desear más de lo que tienes, no desear lo del otro, no desear lo que no puedes tener, incluso no sentirte atado a lo que tienes conseguirá que no haya problemas, no habrá sufrimiento.
Como nota final solamente querría decir que es una reflexión sobre problemas concretosde los que he ido hablando últimamente, la pretensión no es hacer un compendio que pueda servir para afrontar todo problema humano, e igualmente los consejos finales son ideas que han surgido en este caso.
Se aceptan todos los comentarios del mundo, es un tema en el que se puede profundizar y aportar mucho.
Y por favor, quien tenga la solución a todos los problemas puede contactarme directamente por email. Gracias.
Filosofía ¿opinión o conocimiento?
Publicado en Impresiones Vivas 16 de marzo de 2013 Filosofía ¿opinión o conocimiento? | ||||
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La adscripción de este escrito a la categoría de Pensamientos “en filosofía” marca lo suyo. De entrada, implica que existen pensamientos “no en filosofía” o lo que, por otra parte, resulta obvio, que no todos los pensamientos son filosofía. Del mismo modo, siendo el pensamiento el precedente necesario de toda opinión, deducimos que existen opiniones “en filosofía”, pero que “no todas” las opiniones son filosofía. No aseguramos que lo que sigue sea filosofía (esto se lo dejamos al lector), pero, lo que es seguro, es que se trata de una opinión: la del autor.
Para desarrollar nuestra argumentación, además de los conceptos"opinión", “filosofía” y “ciencia”, vamos a manejar tres más: “teoría”, “conocimiento” y “cultura”. Aclaremos de entrada el significado y relación entre ellos. En primer lugar, ¿qué es unateoría? Las distintas acepciones del diccionario RAE nos hablan de “conocimiento especulativo” o “hipótesis”, a lo que se le puede añadir “no demostrada en la práctica”.Karl R. Popper le dedica mucha atención al tema, adoptando frecuentemente el vocablo “hipótesis”, diferenciando entre teorías “científicas” o “acientíficas” según sean o norefutables mediante verificación objetiva (resaltamos su frase “lo que no se deja contradecir no dice nada o dice muy poco”). Resulta también apropiado apuntar su preferencia por emplear el término “confirmación” (en forma siempre provisional, porque toda teoría es insegura) antes que “verificación” o “demostración”, así como calificar a las teorías acientíficas (no refutables objetivamente) de ideologías, posiciones y terminología que suscribimos plenamente y que adoptaremos a partir de ahora.
Continuaremos estableciendo la diferenciación entre conocimiento (conjunto deteorías –leyes– confirmadas y con resultados predecibles) y cultura (categoría de orden superior que engloba el conocimiento con la ciencia teórica no confirmada, las distintas escuelas filosóficas, la historia de la filosofía y de la ciencia, creencias, religiones, mitos, disciplinas humanísticas, arte, literatura, etc., etc., sin olvidar laexperiencia adquirida). Digamos también –fuera de tema– que consideramos lasabiduría un grado superlativo de cultura. Reconocemos que esta clasificación sólo se sostiene desde un enfoque utilitarista (no tiene sentido –no es útil– asignar la categoría deconocimiento a lo que no ha sido confirmado) y resulta un tanto simplista, pero resulta conveniente en el ámbito de este artículo: la contraposición entre opinión (filosofía yciencia teórica) y conocimiento (leyes confirmadas y ciencia práctica, incluyendo latecnología). Ya tenemos una primera conclusión: “filosofar es opinar, no conocer”o, si se prefiere, “filosofía es opinión, no conocimiento”. Y antes de que arrecien las críticas, adelantaré que la ciencia (así, en abstracto), tampoco.
Siguiendo con la tónica reduccionista del artículo, definiremos la filosofía como la disciplina que, cuestionándose la realidad –entendida como “existencia aparente”–, produce teorías (para algunos, especulaciones) de todo pelaje y condición, mientras que la ciencia produce específicamente teorías refutables. Como consecuencia de estas definiciones, podríamos calificar a la ciencia como un subproducto (o como un caso particular) de la filosofía, lo que contraviene el famoso aforismo de Bertrand Russell“ciencia es lo que sabes; filosofía es lo que no sabes”, el cual, convenientemente corregido, quedaría así: “una parte de la ciencia es lo que sabes; filosofía es lo que sabes y lo que no sabes”. Quizá resulta ahora conveniente reforzar este vínculo recordando que en los albores de la filosofía no existía diferenciación alguna entre ambas disciplinas, teniendo todos los filósofos categoría de “sabios”, como bien nos demuestra Aristóteles con su extenso catálogo de libros dedicados indistintamente a ambas, con atención a temas tales como física, biología, anatomía, fisiología, meteorología, lógica, política, ética, poética, etc., etc.. Paradójicamente, tras más de dos milenios en los que se había abierto una especie de abismo cultural entre ambas, con la llegada de la relatividad y la física cuántica (por estar sobradamente confirmadas y aceptadas no las calificamos de “teorías”) se ha producido un acercamiento, que podríamos calificar como un cierto retorno a los orígenes. Retomaremos este tema más adelante.
Si lo hecho hasta ahora no ha sido filosofar, veamos si a partir de ahora lo conseguimos. Seguimos opinando. Pero... ¿qué estamos haciendo?, ¿qué significa opinar? Opinar representa siempre elegir entre distintas opciones, ya sean externas o de producción propia. Una opinión es un producto de la mente. Es el resultado del procesomental iniciado por la búsqueda de respuesta(s) a una cuestión concreta como consecuencia de que la consideramos abierta por nueva o por vieja y errónea. Opinar es tomar una decisión y, como tal, es un acto concreto. Es un producto inmaterial que puede quedarse así, como teoría no confirmada (ciencia teórica) o no refutable (escuela de pensamiento, ideología, etc.) o que, en caso de confirmarse, puede llegar amaterializarse en artefactos físicos a través de la ciencia práctica y de su hija, latecnología, por medio de sus brazos ejecutores, los ingenieros.
Ahora bien, ¿es una ligereza calificar a la filosofía de mera opinión? ¿tiene esta proposición algún soporte donde apoyarse? Veamos. Empezaremos comentando una cita de Richard Rorty, quien comienza así su obra “El giro lingüístico”:
La historia de la filosofía está puntuada por revoluciones contra las prácticas de los filósofos precedentes y por intentos de transformar la filosofía en una ciencia, una disciplina en la que hubiera procedimientos de decisión reconocidos universalmente para probar tesis filosóficas. En Descartes, Kant, Hegel,Husserl, en el Wittgenstein del Tractatus y, de nuevo, en las Philosophical Investigations, se encuentra el mismo espectáculo de filósofos enzarzados en un debate interminable sobre el mismo tipo de cuestiones.
A esto, le podemos añadir las famosas descalificaciones del cascarrabias Schopenhaueren “Fragmentos sobra la historia de la filosofía” sobre las aportaciones de, entre otros, Sócrates (“Me es difícil creer en la inteligencia de quien no ha escrito”), Platón (“Por lo tanto, si su recomendación de aislar el conocimiento y mantenerlo puro de toda comunidad con el cuerpo, los sentidos y la percepción, resulta contraria al fin, absurda y hasta imposible...”), Aristóteles (“Piensa con la pluma en la mano...”, “hábil charlatán...”) y Hegel ("Charlatán, vulgar, sin espíritu, repugnante, ignorante,... fue tratado por los imbéciles como poseedor de la sabiduría universal”) y las medallas que se auto-concede (“Apenas hay un sistema filosófico tan sencillo y construido por tan pocos elementos como el mío”). ¿No resulta todo lo anterior opinión y más opinión? ¿Acaso no son filósofos opinando, es decir, filosofando? ¿No es, como afirma Rorty, todo un espectáculo, verlos “opinando” siempre sobre las mismas cuestiones?
Abunda en esta argumentación esta cita, también de Rorty: “Desde que el método filosófico es en sí mismo un problema filosófico o, en otras palabras, desde que se adoptan criterios diferentes para la solución satisfactoria de un problema filosófico y se arguye en su favor desde diversas escuelas de filósofos, cada revolucionario filósofo queda expuesto al cargo de circularidad”. Y esta otra, definitiva: “Los intentos de reemplazar la opinión por el conocimiento se ven siempre frustrados por el hecho de que lo que cuenta como conocimiento filosófico, ello mismo parece ser objeto deopinión”. Escuelas diferentes, criterios diferentes, opiniones diferentes ¡¡¡sobre lo mismo!!! De ahí la circularidad, el bucle recursivo.
Concluyendo. La filosofía es una teoría perpetua. A priori, es algo no confirmado, de la misma categoría conceptual que el Big Bang, las supercuerdas, el multiverso o la teoría del Todo. Del mismo modo que cada filósofo tiene su opinión particular sobre las grandes cuestiones físicas y metafísicas, cada científico mantiene su opinión sobre los grandes temas abiertos a nivel teórico, incluso, abandonado el determinismo newtoniano, en forma de distintas y numerosas interpretaciones sobre teorías confirmadas con incertidumbre probabilística intrínseca como la “moderna” física cuántica. Y esto último es una verdadera novedad (llevamos apenas un siglo de convergencia frente a más de dos milenios de divergencia). Pero hoy en día, nadie en su sano juicio discreparía del principio de Arquímedes, las leyes de Kepler o la ley de la gravitación universal. Sencillamente,no son opinables.
Las teorías confirmadas y aceptadas por la comunidad científica dejan de tener este nombre, aunque siguen siendo falsables y, provisionalmente, mientras no se refuten, son verdadero conocimiento. La filosofía en abstracto y las teorías no confirmadas no lo son. Son opiniones. Muy respetables, pero opiniones. Luego concluimos que los científicos teóricos modernos son, antes que nada, verdaderos filósofos, tesis apoyada en esta cita de John D. Barrow extraída de su obra “Teorías del Todo”: “Mientras los unificadores de épocas anteriores eran considerados por sus colegas como excéntricos solitarios, y tolerados por la brillantez de sus otras contribuciones a la física, los unificadores de hoy en día pueblan la corriente principal de la física y su número se va incrementando continuamente con los estudiantes jóvenes mejor dotados”. Bienvenidos a la galaxia de los “opinadores”, de los científicos-filósofos o de los filósofos-científicos (¿qué más da?), de los constructores de teorías que cuestionan la realidad “aparente”.
Por último, volviendo al tema, cuatro conceptos destilados: Cuando opinamos cuestionándonos la realidad, filosofamos. Cuando opinamos sobre una bebida refrescante, no. Y por ahí en medio, tenemos a la ciencia teórica y práctica, opinión yconocimiento. A priori, la filosofía es teoría, es opinión. A posteriori, es cultura, incluso sabiduría. Y en el proceso, parte de ella se incorpora al conocimiento.
Por descontado, todo lo anterior es, simplemente, una opinión.
Página de investigación y creación literaria.
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sábado, 16 de marzo de 2013
viernes, 15 de marzo de 2013
SÓCRATES, UN LOCO DEL SABER.
Fiorenzo CAMPEOTTO L.
“…la clave del Éxito en todo individuo
consiste en lograr la autorrealización primero como persona y luego en todos los proyectos de vida.”
En
un encuentro de liderazgo empresarial, el expositor invitado cometió un grave
error al atribuir la célebre frase de Descartes “pienso luego existo” a Sócrates. Fue grande el asombro y, sobre
todo que vino de una persona intelectual, pero quizás tuvo una pequeña
confusión como humano: errar es válido y ratificar es lo correcto. Así que dije
debo publicar con urgencia la biografía de este célebre filósofo griego para el
público en general que siente inclinación por el conocimiento.
Se
desconoce con exactitud cierta fecha de su vida, el cual los historiadores de
la Filosofía dan entre 470/469-399a.C.Hijo de un artesano escultor griego
Sofronisco y de una humilde ama de casa Fenáretes quién después del
fallecimiento de su esposo se dedicó para el sustento de su familia al oficio
de partera. Gracias a esta labor de su madre, Sócrates implemento como método
de la filosofía la mayéutica que consiste en hacer parir las ideas por medio de
preguntas hasta llegar a una aproximación de la Verdad.
Aprendió
filosofía por medio de las disputas que se realizaban en las plazas públicas de
Atenas; a su vez, poseía conocimientos de astronomía, matemáticas y música.
Pero su gran pasión fue el estudio del hombre como ciudadano, por los graves
problemas que atravesaba su ciudad natal en el aquel tiempo. El desarrollo de
la metrópolis debilitaban el respeto a las leyes y buenas costumbres del
ciudadano, la imposición de un nuevo sistema educativo que rompían el hilo
histórico y cultural de los ciudadanos;
por lo tanto, Sócrates quiso imponer un nuevo modelo de hombre como ciudadano concreto
dentro de su idiosincrasia cultural ateniense.
Durante
los años 400-399 Sócrates fue condenado
a muerte bebiendo la cicuta por negarse a honrar a los dioses de la
ciudad e introducir nuevos demonios, además le culparon de corromper a los jóvenes;
pero la verdad es que criticaba duramente a los que faltaban su propia cultura y costumbres y, tan solo, se dedicaba a enseñar a los jóvenes a pensar y
a conocer la propia realidad.
Sócrates
no dejo nada escrito, solo sus enseñanzas en charlas dictadas en las plazas de
Atenas a todas personas que querían encontrarse en sí mismos y descubrir la
fuente de la Virtud. Persuadir y disuadir era su cualidad como filósofo, de
estos atributos, en la contemporaneidad, surge la Orientación Filosófica o Filosofía
Práctica.
Sócrates
descubre que en toda sabiduría existe una limitante: nunca se completa el
conocimiento y las experiencias; por tal razón es considerado como el sabio de
los sabios por la célebre frase “solo sé que no se nada”. El sabio es el que
sabe que no sabe nada.
El único saber fundamental que debe conocer todas
personas, es el conocerse a sí mismo: “conócete a ti mismo”. Además, el ser
humano debe cuestionar una sola realidad: conocer el Bien. Solo así, para este
gran filósofo, puede el hombre conseguir la Felicidad, pero una felicidad
interna llena de amor y paz, no un goce en las cosas banales del mundo.
Traduciendo este pensamiento socrático aplicado a la
realidad del mundo contemporáneo podríamos decir que la clave del Éxito en todo
individuo consiste en lograr autorrealización primero como persona y
luego en todos los proyectos de vida. Por lo tanto, para Sócrates todo ser
humano posee la potencialidad para ser feliz en la Vida; los logros para y por
el bien es factor de felicidad, todo lo que construimos en bien forma parte de
ella.
martes, 5 de marzo de 2013
domingo, 3 de marzo de 2013
FIORENZO CAMPEOTTO L: ¿QUÉ ES EL FRACASO?
FIORENZO CAMPEOTTO L: ¿QUÉ ES EL FRACASO?: Fracaso no significa que somos unos fracasados. Significa que todavía no hemos tenido buen éxito Fracaso no significa que no hemos l...
¿QUÉ ES EL FRACASO?
Significa
que todavía no hemos tenido buen éxito
Fracaso no
significa que no hemos logrado nada.
Significa
que hemos aprendido algo
Fracaso no
significa que hemos actuado como necios.
Significa
que hemos tenido mucha fe
Fracaso no
significa que hemos sufrido el descrédito.
Significa
que estuvimos dispuestos a probar
Fracaso no
significa falta de capacidad.
Significa
que debemos hacer las cosas de distintas manera
Fracaso no
significa que somos inferiores.
Significa
que no somos perfectos
Fracaso no
significa que hemos perdido nuestra vida.
Significa
que tenemos buenas razones para empezar de nuevo
Fracaso no
significa que debemos echarnos atrás.
Significa
que tenemos que luchar con mayor ahínco
Fracaso no
significa que jamás lograremos nuestras metas
Significa
que tardaremos un poco más en alcanzarlas
DESCONOCIDO
Fuente: Psicología Emocional
02 de Marzo de 2013
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