Por: Fiorenzo Campeotto Liberali
Recuerdo cuando estaba finalizando los
estudios de maestría, un profesor nos invitó a escoger el tema a investigar para
el trabajo final de grado; al llegar mi turno le exprese la temática: “Educar
con Hambre”; el objetivo del estudio estaría enmarcado dentro de los parámetros
de los primeros años de escolaridad en zonas muy populares, donde los niños, a
veces, hacen un sola comida al día y con muy poca porción. El profesor quedó
pensando en silencio con mi tema y, finalmente expresó: “Campeotto, tu tema no
tiene relevancia para ser investigado, porque con hambre no puede ni podrá el
alumno aprender, es imposible”.
Al
observar un artículo publicado en una página on-line “Psyciencia”, titulado Lo que el hambre le hace a tu cerebro,
escrito por David Aparicio (2017); hago relación a la disputa sobre el tema que
quería investigar, ya que aún no me doy por vencido sobre el aspecto. A continuación les voy hablar un poco cómo
influye el hambre en nuestro cerebro.
La
persona que tiene la costumbre de comer bien, por lo menos tres comidas al día y,
sufre, repentinamente, un cambio de
hábito alimenticio, ciertamente, refleja desajustes neurológicos y biológicos en
el organismo. Empieza a tener mala alimentación, nutrición y, por ende, un desbalance
orgánico. Luego, el estado de ánimo es uno de los elementos afectado; aparece
el mal humor y la irritabilidad como producto del inconformismo y desacomodo
frente a la situación.
Empieza
descender los niveles de glucosa en la sangre produciendo un nivel de angustia
y estrés, gracias a la activación de las hormonas cortisol y la adrenalina. La
primera, su función es incrementar el nivel de azúcar en la sangre bajo el
proceso conocido como síntesis de
glucógeno y, evita exceder los niveles insulina; también controla la presión
arterial. Por lo tanto, la excesiva función de esta hormona produce la
irritabilidad y conduce al individuo a un estado de angustia; conllevando a ser
conocida como la hormona del estrés.
En
cambio, la segunda hormona se activa cuando los niveles de azúcar son bajos,
reactivando el sistema nervioso y manteniendo al individuo a un estado de
alerta. Conjuntamente a estas funciones,
genera los conocidos neuropéptidos que son pequeñas moléculas que funcionan
como neurotransmisores en el sistema nervioso; son los que aportan la
información al resto del cuerpo y condicionan el comportamiento. En otras
palabras, son los que originan la sensación de hambre en el individuo y lo que
impulsa a alimentarse.
Algunos autores
consideran que los neuropéptidos son una especie de fundamentos biológicos de
la consciencia, ya que algunos de ellos, como las encefalinas y las endorfinas,
inciden sobre los procesos psíquicos como la afectividad, motivación,
aprendizaje y la memoria; todo esto nos ayuda a comprender los cambios de
carácter cuando se tiene hambre.
Estas
funciones hormonales activan la búsqueda de alimentos; de lo contrario,
incrementa la agresividad y produce una reacción negativa en los estímulos;
debilita las funciones primarias y la capacidad de concentración; de igual
forma, baja los niveles de azúcar y puede producir la pérdida del conocimiento.
Para
finalizar, es importante establecer la diferencia entre hambre y apetito. El
hambre es la sensación que nos conlleva a comer; en cambio el apetito es la
necesidad de ingerir alimentos para mantener el estado de equilibrio tanto
biológico como corporal. La mayor parte de las investigaciones en las diversas
disciplinas científicas han basado sus estudios sobre el hambre, ya que también
participan otros componentes biológicos como el páncreas, el estómago, además
de los endocrinos y hormonales.
Para otro
tema de interés puede enviarnos tu petición o comentarios por medio del correo
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