jueves, 17 de mayo de 2018

El Hambre en el Cerebro.

Por: Fiorenzo Campeotto Liberali

          Recuerdo cuando estaba finalizando los estudios de maestría, un profesor nos invitó a escoger el tema a investigar para el trabajo final de grado; al llegar mi turno le exprese la temática: “Educar con Hambre”; el objetivo del estudio estaría enmarcado dentro de los parámetros de los primeros años de escolaridad en zonas muy populares, donde los niños, a veces, hacen un sola comida al día y con muy poca porción. El profesor quedó pensando en silencio con mi tema y, finalmente expresó: “Campeotto, tu tema no tiene relevancia para ser investigado, porque con hambre no puede ni podrá el alumno aprender, es imposible”.

            Al observar un artículo publicado en una página on-line “Psyciencia”, titulado Lo que el hambre le hace a tu cerebro, escrito por David Aparicio (2017); hago relación a la disputa sobre el tema que quería investigar, ya que aún no me doy por vencido sobre el aspecto.  A continuación les voy hablar un poco cómo influye el hambre en nuestro cerebro.

            La persona que tiene la costumbre de comer bien, por lo menos tres comidas al día y, sufre, repentinamente,  un cambio de hábito alimenticio, ciertamente, refleja desajustes neurológicos y biológicos en el organismo. Empieza a tener mala alimentación, nutrición y, por ende, un desbalance orgánico. Luego, el estado de ánimo es uno de los elementos afectado; aparece el mal humor y la irritabilidad como producto del inconformismo y desacomodo frente a la situación.

            Empieza descender los niveles de glucosa en la sangre produciendo un nivel de angustia y estrés, gracias a la activación de las hormonas cortisol y la adrenalina. La primera, su función es incrementar el nivel de azúcar en la sangre bajo el proceso conocido como síntesis de glucógeno y, evita exceder los niveles insulina; también controla la presión arterial. Por lo tanto, la excesiva función de esta hormona produce la irritabilidad y conduce al individuo a un estado de angustia; conllevando a ser conocida como la hormona del estrés.

            En cambio, la segunda hormona se activa cuando los niveles de azúcar son bajos, reactivando el sistema nervioso y manteniendo al individuo a un estado de alerta.  Conjuntamente a estas funciones, genera los conocidos neuropéptidos que son pequeñas moléculas que funcionan como neurotransmisores en el sistema nervioso; son los que aportan la información al resto del cuerpo y condicionan el comportamiento. En otras palabras, son los que originan la sensación de hambre en el individuo y lo que impulsa a alimentarse.

Algunos autores consideran que los neuropéptidos son una especie de fundamentos biológicos de la consciencia, ya que algunos de ellos, como las encefalinas y las endorfinas, inciden sobre los procesos psíquicos como la afectividad, motivación, aprendizaje y la memoria; todo esto nos ayuda a comprender los cambios de carácter cuando se  tiene hambre.
            Estas funciones hormonales activan la búsqueda de alimentos; de lo contrario, incrementa la agresividad y produce una reacción negativa en los estímulos; debilita las funciones primarias y la capacidad de concentración; de igual forma, baja los niveles de azúcar y puede producir la pérdida del conocimiento.


            Para finalizar, es importante establecer la diferencia entre hambre y apetito. El hambre es la sensación que nos conlleva a comer; en cambio el apetito es la necesidad de ingerir alimentos para mantener el estado de equilibrio tanto biológico como corporal. La mayor parte de las investigaciones en las diversas disciplinas científicas han basado sus estudios sobre el hambre, ya que también participan otros componentes biológicos como el páncreas, el estómago, además de los endocrinos y hormonales.


Para otro tema de interés puede enviarnos tu petición o comentarios por medio del correo electrónico: elartedecrecer2018@gmail.com

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